domingo, 5 de diciembre de 2010

Año 0. Día 111. Madrid.

LAS HERENCIAS INCONSCIENTES

Historia de una mañana en un colegio de Alcalá.

Esta historia comienza una mañana fría en Alcalá de Henares, en un colegio donde me citan desde mi Club a las 8 de la mañana para dirigir una sesión de baloncesto con los niños y niñas de ese colegio.

Aunque, viéndolo de otra forma, esta historia comienza mucho antes, hace algo más de ocho años. Un día de septiembre de aquél año, un entrenador del club de mi localidad me propuso entrenar a unos niños en un colegio durante un año. Tenía que conseguir el título de entrenador (un curso de 15 días en verano) y cobraría una pequeña gratificación al mes. Por aquél entonces ya había asumido que mi carrera como jugador iría enfocada únicamente al sufrimiento y a la diversión a un nivel bajo, y quizá motivado por esto y porque todo mi círculo se movía en torno al baloncesto decidí aceptar el “trabajo” como entrenador. Ahí comenzaron una serie de trabajos y consignas añadidas a la tarea del entrenador, que se irían repitiendo año tras año después.

 Una de ellas y en la que me centro ahora, es la tarea de la “captación” (¡por favor que alguien cambie esta palabra!) de jugadores en los colegios. Bien instruidos por entrenadores más expertos, nos dedicábamos a intentar convencer a los niños de que el baloncesto era lo mejor que podían hacer por las tardes, y si se terciaba, también convencíamos a profesores y padres. Hoy estoy convencido de que el baloncesto como juego, es uno de los deportes que más favorecen al desarrollo físico y social del niño, pero en aquellos años esto no hacía falta. Horas y horas cada día en los inicios del curso escolar nos habremos pasado muchos compañeros y yo haciendo estas “campañas de captación” cada mañana y cada tarde en todos los colegios… pero este año fue distinto…

Lo de este año fue surrealista. Me llaman de mi nuevo club y me dicen que necesitan a una persona para este trabajo. Iluso de mi, y pensando que ya conocía el trabajo, les digo que sí, claro, que cuánto tiempo, que cuántos niños, y que dónde. Me contestan que 300 niños a la vez, que me pagan, y que no prepare nada que no hará falta seguramente. Ah! Tu trabajo son 20 minutos… ¿Cómo? No daba crédito, ¿qué iba a hacer?
Cuando terminó la sesión de fotos con los jugadores profesionales del club, se les repartió a los niños y niñas un balón a cada uno, una camiseta del club y una bolsa con productos de los patrocinadores. Empieza mi trabajo: 2 juegos inespecíficos con balón y se acabó, una foto todos juntos y para casa. No había visto nunca niños tan felices, y niños más convencidos de que ese era el mejor deporte del universo. Increíble. Entonces me dio por pensar…


¿Saben los niños diferenciar entre lo bueno y lo malo? Puede. Pero, ¿saben diferenciar entre lo bueno y lo mejor? Quizá lleguen unos tíos mayores y les digan a unos niños de 7 años que esto es lo mejor, y los niños así lo aprendan y así lo difundirán cuando se conviertan en esos tíos mayores. ¿Y esto repercute en la calidad y en el desarrollo global de cualquier práctica social? Ya no hablemos de baloncesto, sino de todo lo demás. 

Me asaltan las dudas sobre si a veces no somos conscientes de lo responsables que somos de diseñar un trabajo de calidad para la educación de esos niños que quizá no saben diferenciar entre distintos grados de lo que entendemos por perfección. Quizá hagamos saber a esos niños que algo es muy bueno cuando es una chapuza, y así ellos crecen con algo que después se desmoronará sobre ellos. Pero también sobre nosotros, los que se lo enseñamos.

Me pregunto si hay alguna forma de medir cómo de bueno a largo plazo es el trabajo que hacemos en la educación de los niños. Desde luego tiene que ser distinto a comprobar si el niño sale feliz  o no de allí…
Estos niños que vamos a ver a los colegios reciben inconscientemente las herencias de todos aquellos que vamos allí a intentar convencerles de que algo es bueno, cuando quizá no lo es. Pero es más peligroso aún cuando intentamos convencer de que algo es lo mejor, cuando solo roza el aprobado. Me imagino las dudas que tendrán después todos estos niños cuando crezcan y piensen en porqué algo no es perfecto si tenía que serlo… La idea que trato de transmitir surge de mi propio desazón en un contexto en el que muchas veces sin quererlo manipulamos información a nuestro gusto, sin tener en cuenta ningún tipo de repercusión a medio o largo plazo en quienes la sufren.

“Las cosas no siempre son como las pintan”, en lo bueno, y en lo mejor.

Tras terminar de escribir esta entrada del blog, y pensando que no había quedado nada claro lo que de verdad quería transmitir, buscando resolver mi desesperación he encontrado un artículo que creo que define perfectamente la idea que yo quería traspasar a través de esta entrada, entendiéndose metafóricamente, por supuesto:
  ¿Cómo distinguir un café bueno de uno malo?
Es bueno si hay un balance entre lo dulce, lo ácido y lo amargo. Debe tener cuerpo, sabor y aroma. Aprendí a tomar espresso porque estaba de moda terminar con él la comida y el día en que tomé uno bien hecho, vi que la gente estaba tan acostumbrada a un mal café que no se hacía preguntas.
 
Cuando uno empieza a tomar el café pensando en términos de balance, descubre que, si predomina el amargo en la lengua, está mal. Lo primero es fijarse en qué sabores deja este café en la boca. Es bueno si es armonioso.
Un café puede ser un poema para los sentidos, si se sabe preparar bien."

El baloncesto, como todo lo demás para cualquier otra persona, me sirve a mí como árbol al que trepar para observar desde arriba y en silencio, dónde están los agujeros y pensar en cómo taparlos.

Basketball as a Way. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario