martes, 16 de julio de 2013

La figura del capitán en equipos de formación.

Una de las cuestiones que se plantea todo entrenador de formación o mini es cómo afrontar la estructuración del grupo desde un punto de vista deportivo, es decir, como ‘adoctrinar’ a sus jugadores en términos de cooperación e interactuación grupal para que, en el momento de cumplir el objetivo que el equipo se ha marcado, todo fluya a la perfección.

A diferencia de otros deportes, juegos o actividades, los deportes de equipo se caracterizan por el hándicap de tener que colaborar entre varias personas para lograr un objetivo común. Evidentemente, esa dificultad añadida se ve altamente compensada por el beneficio y la satisfacción que se obtiene al conseguir cumplir un objetivo de forma común. Incluso el jugador o la persona más individualista necesita de un apoyo grupal para saborear la gratificación de un trabajo bien hecho.

La interacción y trabajo grupal es uno de los mayores retos (sino el mayor) que el entrenador se plantea al dirigir a un equipo. En este aspecto, no existe diferencia de sexo, edad o formación. Resulta evidente que la ‘veteranía’ del jugador incide en el simple hecho de que cuanto más tiempo haya estado realizando actividades de equipo, más fácil será la compenetración y adaptación de éste con respecto a los objetivos que le marcará el entrenador. No es lo mismo explicar lo que es un equipo y su funcionamiento a un benjamín de primer año, que a un nacional con años de experiencia, pero sí a un nacional que jamás ha trabajado en equipo (un gran suponer).

Así pues, el entrenador maneja diferentes ideas y métodos para lograr convertir a doce jugadores en un único equipo.


Uno de los recursos que probablemente más puede ayudar es la idea de rol: confeccionar el equipo en torno a unos jugadores que saben exactamente qué es lo mejor para el resto y  cómo pueden aportar valor al engranaje que garantice el éxito.

Ahora la duda que se plantea es la siguiente: ¿debemos aplicar roles a un equipo de formación?

Definitivamente no. Y la principal razón que se me ocurre es que un jugador mini no puede jamás tener una tarea determinada en el juego, ya que está continuamente aprendiendo. No digo con esto que no se puede continuar aprendiendo en categorías mayores, pero, es cuando se empiezan a asignar posiciones de juego, cuando se comienzan a asignar roles más determinados. Un niño de ocho años no puede jamás ser considerado pívot por ser más alto o base por saber cambiar de mano por delante por debajo de las rodillas. Básicamente porque en equipos de formación no existen las posiciones en el campo, y, quien piense lo contrario, se equivoca. Por supuesto que hay que enseñar táctica colectiva para aprender a colocarse en el campo, pero no para fijar posiciones; me explico: se debe de enseñar a una niña cómo colocarse para aprovechar al máximo las posibilidades del equipo, en términos de conceptos básicos (no estar todos juntos, posición balón-defensor, movimientos tras/antes de pase…).

Sin perdernos del tema; una vez llegados a la conclusión de que asignar roles en categorías de formación es erróneo, pasamos a la capitanía, la cual no deja de ser otro rol.

Por lo tanto, podríamos afirmar que, al no aceptar roles en categorías inferiores, no se debería asignar a un capitán. No obstante, en este caso específico, no estoy de acuerdo.

Reafirmando la idea que sostiene que un capitán asume un rol de líder, creo que el papel del capitán siempre es bueno.

Un capitán por definición es, en primer lugar, la extensión del equipo fuera del campo, y, en segundo, la extensión del entrenador dentro de éste. Un entrenador necesita un capitán del mismo modo que lo necesita el equipo (siempre refiriéndome al equipo como al grupo de jugadores, a pesar de que el equipo se compone de jugadores, cuerpo técnico, y, en mini, padres).

Tan importante es el aprendizaje de técnica individual en equipos de formación como el de precisamente eso, el  de equipo. Un benjamín, en su primer año, debería aprender qué es un equipo, para qué sirve, por qué está participando en un deporte de equipo, y cuáles son no sólo sus ventajas y beneficios, sino sus responsabilidades al formar parte de él.

Buena parte de sentirse miembro de un equipo es asumir responsabilidades. Asumir que no piensas ni actúas para tu propio beneficio, sino para el de muchos. Y que hay que tomar decisiones en grupo, formar consenso, hablar, participar, comentar y preguntar, sobre todo preguntar. Cuestionarse el método de enseñanza, la formación, la metodología del juego…

Es aquí donde el papel de capitán toma verdadera relevancia. El capitán es aquél que transmitirá sus dudas al cuerpo técnico, a los árbitros, al rival; aquél que consensuará con sus compañeros, que hablará con cada uno de ellos, que creará grupo.

Evidentemente, es difícil esperar todo ese trabajo por parte de una niña de 9 años, de hecho, no se le debe exigir ése rol aún. Pero la figura debe existir, debe ser creada y explicada para que el jugador sepa en qué consiste y para qué sirve, tanto como son explicados los roles de entrenador, árbitro, rival…

Así pues, ¿para qué sirve realmente la figura de capitán en un benjamín?

Aparte de para firmar el acta de forma oficial, para poco más. Pocas veces exigiremos a un capitán en benjamín algo más allá que no sea dirigir un estiramiento, gritar el grito de guerra, o ser el primero en las filas. Pero serán las semillas de lo que, en unos años, se convertirá en una pieza clave en el equipo, en un equipo que ha aprendido el motivo de la existencia de ésa figura, y que la respetará.

La tarea más difícil, sin duda, es elegir al capitán. ¿Cómo lo hacemos?, acabamos de decir que en benjamín no existen roles, así, ¿cómo nos atrevemos a asignar a una niña el rol de capitán? ¿acaso su personalidad no está en continuo desarrollo de aprendizaje, como hemos dicho antes con el ejemplo de los pívots y los bases? Quizás aquél niño que parece más agradable y abierto se convierte en un futuro mal capitán, o peor, deja el equipo… ¿cuál es la técnica para elegir un capitán?

Existen muchísimas características a valorar para la buena elección de un capitán, que seguro que tendríais en cuenta para vuestros equipos de mayores… pero, ¿para un enano?

Sintiéndolo mucho, creo que no existe una fórmula mágica para decidir algo así… no sería justo elegir al más gracioso, o al jugón, o al que mejor se porta… porque, sencillamente, todos y cada uno están aprendiendo y desarrollando una personalidad, tanto dentro como fuera de la cancha. No sería objetivo.

¿Mi consejo? Conoce a tu equipo. Descubre al grupo de personitas que tienes delante y elige una manera justa de selección. Quizás quieres consensuarlo con ellos, o quizás quieres repartir el rol, o hacer un sorteo, o jugarlo a tiros libres… existen cientos de ideas… ¿la mía? Yo he entrenado benjamines durante diez años y siempre he tenido un único capitán… el más veterano, que no viejo.


Javier Romero ha sido entrenador de categorías mini en el CB Coslada (Madrid). Actualmente vive en Berlín, donde juega en el TuS de Neukolln, y come en 
restaurantes en La Condesa.

domingo, 20 de enero de 2013

Frances Pepe Fábregas


Berlín, Enero 2013.

Si la memoria no me falla, fue el año en el que jugamos en el equipo Sub-21 (también llamado Submultiusos) del CB Coslada. Con el gran Patxi Ortiz de entrenador y toda una generación de amigos que se reunían un año más para disfrutar de nuestro deporte.

Una tarde, así, de repente, se presentó ante nosotros un jugador que quería probar suerte en el equipo. Venía de Francia y tenía un nombre que, ahora sí, mi memoria no me permite transmitir. Nosotros, cariñosamente, le llamábamos Pepe.

Pepe, aparte de ser un gran jugador, era un excelente compañero; aunque conversar, lo que se dice ser un poseedor nato del arte de la conversación, no era. Estoy convencido de que en francés tendría temas recurrentes para dar y tomar, y, probablemente, hasta sabía unos chistes cojonudos… pero en español, nuestro amigo no contaba con las armas lingüísticas suficientes.

No obstante, él venía, jugaba, se lo pasaba en grande, y disfrutaba con el equipo (incluso nos deleitaba con la presencia de ‘chatis’ amigas suyas en los partidos).

Cuánto me acordé de él hace un par de años, cuando, con mi inglés de ‘Jelou’ y ‘Gudbai’, me aventuré a probar fortuna en un equipo escocés de lo que ellos llamaban basket.

El jueves pasado Pepe Fábregas volvió a pasearse por mis pensamientos.

Allí estaba yo, a las 8 de una fría tarde en Berlín, buscando en el Smartphone la calle correcta, y aflojándome la bufanda en un claro gesto de impaciencia; horas atrás había concertado una cita para entrenar en el TuS de Neukölln, equipo de baloncesto de la ciudad.

Tras seguir a un tipo alto (cuántas veces hemos hecho eso cuando no encontramos el pabellón?), alcancé mi objetivo.

‘Hallo, ich bin Javi… Ich suche fur Janis Kluge…’

Como ya pasó en mi primera aventura británica, mi nueva vida, esta vez en Alemania, no podía empezar de otra forma: jugando al basket!

Es curioso como, según pasan los años, aprendes un par de cosas que, al final, se convierten en afirmaciones rotundas; si deseas algo con fuerza, lo más probable es que acabe sucediendo tal y como lo esperas, y, cuando amas algo hasta el punto de mimetizarte con ello, no importa dónde o cómo, siempre se convertirá en algo familiar, cercano, agradable.

Baloncesto. Algo tan simple y que implica tantísimas cosas, emociones, recuerdos… poco importa que seas nuevo, que tengas miedo, que no puedas ni siquiera expresarte, siempre serás ayudado por un balón y un aro, los cuales te cogerán de la mano y te guiarán a su propio mundo, donde te sientes cómodo, relajado, feliz.

Así me sentí yo, como si hubiese estado jugando durante años con aquellos 9 alemanes, corriendo, sudando, gritando…disfrutando del basket, que, una vez más, me ayuda cuando más lo necesito.

Gracias a él y a nuestro amigo Pepe, que me acompañaba mentalmente recordándome que, en una ocasión, yo estuve en el lado opuesto, y me comporté exactamente igual, como un JUGADOR.

Ich liebe dieses Spiel!

Javi.


martes, 15 de marzo de 2011

Año 0. Día nosecuantos

El año 0.


Hace cinco años fue el año cero. 
En la piscina de Coslada, tras una jornada de campus, Rosa Sampedro, sentada en su toalla y acompañada de su hijo, asiste algo escéptica a lo que más tarde se convertiría en un fichaje en toda regla por parte de uno de los entrenadores del CB Coslada.
Dicho entrenador comenzaba a confeccionar, como cada año, el equipo de baloncesto con el que esperaría disfrutar durante la nueva temporada. Se fijó en un jugador que, aunque no llegaba a la edad para poder ingresar en un equipo federado, le llamó la atención: desparpajo y atrevimiento, esa cara de ilusión y esas ganas de disfrutar con cada balón, ¿por qué no?


En su primera temporada en un club federado le toca jugar contra niños dos años mayores que él. No se achica, no se deja apabullar; juega, se divierte, aprende, hace piña... 
La segunda no es muy diferente; de nuevo, un año por debajo de la edad de competición: evoluciona, engrandece, trabaja, investiga...
Su tercera temporada, la tercera consecutiva con el mismo entrenador, es completamente nueva para él; por primera vez participa en un grupo de su misma edad: lidera, embauca, presiona, juega, juega, juega...
Para la cuarta cambia de entrenador, y él combina equipos, entrena con la preselección de Madrid al mismo tiempo que lo hace con su club: SALTA.


Da el salto, explosiona, se da cuenta de que lo que hace ya no es un juego, es el juego, es su juego, y le encanta.
Cambia de aires en el 2010 pero no de propósito, de ideas, de forma de ver un baloncesto que cada día le divierte más. En Rivas disfrutan con él, y, en unos días, toda España lo hará.


Pablo Romero Sampedro será jugador de la selección 99' que representará a Madrid en el campeonato de España de abril en Cadiz.
Fue mi jugador, es mi amigo, y será, pase lo que pase, mi orgullo, algo que, respetando a todos los entranadores que ha tenido (Sergio Peral, Valentín Gómez, Miki Díez, Lupi Antón y David García), me hace sentir mentor de nada más lejos que un jugador de baloncesto, sino de lo que va camino de ser una excelente persona.


Nadie sabe qué pasará en el año 10, 15, 20, o si habrá sexto. No se sabe hasta dónde llegará el camino, si habrá atajos, baches, o, simplemente, se acabará antes (o no) de tiempo. Cada uno elige el suyo, más o menos condicionado por la corriente de un cauce que estará más o menos lleno y al que, sin lugar a dudas, puedo decir (y bien alto) que he contribuído añadiendo mi pequeña parte de agua.


Lo que son los años 0 y lo que mola verlos desde lo lejos, para aprender, recordar, o, tan solo, pensar.



Mucha suerte Pabloski!

Javi.

PS: gracias Peligorri por ser fiel seguidor del blog XD

domingo, 5 de diciembre de 2010

Año 0. Día 111. Madrid.

LAS HERENCIAS INCONSCIENTES

Historia de una mañana en un colegio de Alcalá.

Esta historia comienza una mañana fría en Alcalá de Henares, en un colegio donde me citan desde mi Club a las 8 de la mañana para dirigir una sesión de baloncesto con los niños y niñas de ese colegio.

Aunque, viéndolo de otra forma, esta historia comienza mucho antes, hace algo más de ocho años. Un día de septiembre de aquél año, un entrenador del club de mi localidad me propuso entrenar a unos niños en un colegio durante un año. Tenía que conseguir el título de entrenador (un curso de 15 días en verano) y cobraría una pequeña gratificación al mes. Por aquél entonces ya había asumido que mi carrera como jugador iría enfocada únicamente al sufrimiento y a la diversión a un nivel bajo, y quizá motivado por esto y porque todo mi círculo se movía en torno al baloncesto decidí aceptar el “trabajo” como entrenador. Ahí comenzaron una serie de trabajos y consignas añadidas a la tarea del entrenador, que se irían repitiendo año tras año después.

 Una de ellas y en la que me centro ahora, es la tarea de la “captación” (¡por favor que alguien cambie esta palabra!) de jugadores en los colegios. Bien instruidos por entrenadores más expertos, nos dedicábamos a intentar convencer a los niños de que el baloncesto era lo mejor que podían hacer por las tardes, y si se terciaba, también convencíamos a profesores y padres. Hoy estoy convencido de que el baloncesto como juego, es uno de los deportes que más favorecen al desarrollo físico y social del niño, pero en aquellos años esto no hacía falta. Horas y horas cada día en los inicios del curso escolar nos habremos pasado muchos compañeros y yo haciendo estas “campañas de captación” cada mañana y cada tarde en todos los colegios… pero este año fue distinto…

Lo de este año fue surrealista. Me llaman de mi nuevo club y me dicen que necesitan a una persona para este trabajo. Iluso de mi, y pensando que ya conocía el trabajo, les digo que sí, claro, que cuánto tiempo, que cuántos niños, y que dónde. Me contestan que 300 niños a la vez, que me pagan, y que no prepare nada que no hará falta seguramente. Ah! Tu trabajo son 20 minutos… ¿Cómo? No daba crédito, ¿qué iba a hacer?
Cuando terminó la sesión de fotos con los jugadores profesionales del club, se les repartió a los niños y niñas un balón a cada uno, una camiseta del club y una bolsa con productos de los patrocinadores. Empieza mi trabajo: 2 juegos inespecíficos con balón y se acabó, una foto todos juntos y para casa. No había visto nunca niños tan felices, y niños más convencidos de que ese era el mejor deporte del universo. Increíble. Entonces me dio por pensar…


¿Saben los niños diferenciar entre lo bueno y lo malo? Puede. Pero, ¿saben diferenciar entre lo bueno y lo mejor? Quizá lleguen unos tíos mayores y les digan a unos niños de 7 años que esto es lo mejor, y los niños así lo aprendan y así lo difundirán cuando se conviertan en esos tíos mayores. ¿Y esto repercute en la calidad y en el desarrollo global de cualquier práctica social? Ya no hablemos de baloncesto, sino de todo lo demás. 

Me asaltan las dudas sobre si a veces no somos conscientes de lo responsables que somos de diseñar un trabajo de calidad para la educación de esos niños que quizá no saben diferenciar entre distintos grados de lo que entendemos por perfección. Quizá hagamos saber a esos niños que algo es muy bueno cuando es una chapuza, y así ellos crecen con algo que después se desmoronará sobre ellos. Pero también sobre nosotros, los que se lo enseñamos.

Me pregunto si hay alguna forma de medir cómo de bueno a largo plazo es el trabajo que hacemos en la educación de los niños. Desde luego tiene que ser distinto a comprobar si el niño sale feliz  o no de allí…
Estos niños que vamos a ver a los colegios reciben inconscientemente las herencias de todos aquellos que vamos allí a intentar convencerles de que algo es bueno, cuando quizá no lo es. Pero es más peligroso aún cuando intentamos convencer de que algo es lo mejor, cuando solo roza el aprobado. Me imagino las dudas que tendrán después todos estos niños cuando crezcan y piensen en porqué algo no es perfecto si tenía que serlo… La idea que trato de transmitir surge de mi propio desazón en un contexto en el que muchas veces sin quererlo manipulamos información a nuestro gusto, sin tener en cuenta ningún tipo de repercusión a medio o largo plazo en quienes la sufren.

“Las cosas no siempre son como las pintan”, en lo bueno, y en lo mejor.

Tras terminar de escribir esta entrada del blog, y pensando que no había quedado nada claro lo que de verdad quería transmitir, buscando resolver mi desesperación he encontrado un artículo que creo que define perfectamente la idea que yo quería traspasar a través de esta entrada, entendiéndose metafóricamente, por supuesto:
  ¿Cómo distinguir un café bueno de uno malo?
Es bueno si hay un balance entre lo dulce, lo ácido y lo amargo. Debe tener cuerpo, sabor y aroma. Aprendí a tomar espresso porque estaba de moda terminar con él la comida y el día en que tomé uno bien hecho, vi que la gente estaba tan acostumbrada a un mal café que no se hacía preguntas.
 
Cuando uno empieza a tomar el café pensando en términos de balance, descubre que, si predomina el amargo en la lengua, está mal. Lo primero es fijarse en qué sabores deja este café en la boca. Es bueno si es armonioso.
Un café puede ser un poema para los sentidos, si se sabe preparar bien."

El baloncesto, como todo lo demás para cualquier otra persona, me sirve a mí como árbol al que trepar para observar desde arriba y en silencio, dónde están los agujeros y pensar en cómo taparlos.

Basketball as a Way. 

lunes, 29 de noviembre de 2010

Año 0. Día 105. Madrid.

BAJO PRESIÓN

Historia de lo que transmitimos. El título de este pequeño escrito viene dado en homenaje a un gran entrenador, y una gran persona, cuya vocación es transmitir valores a pequeñas jugadoras faltas en muchos casos de estos detalles educacionales, y que intenta demostrar día a día a todos que el baloncesto sirve para algo más que para entrenar un “pasar y cortar”. Él se hace preguntas como estas, y él me regaló un libro una vez con este mismo título.

Fue una mañana muy curiosa. Cuando llegué a la pista para ayudar al árbitro del encuentro haciendo la mesa correspondiente vi que iba a ser un partido entretenido. Como siempre vamos a entrar en situación, y seguidamente os cuento mis inquietudes después de aquél día.

Partido entre equipos benjamines a las 9.30 de la mañana. Dos entrenadores muy distintos cada uno con su equipo en la charla pre-partido. Un chico joven y con mucho entusiasmo a mi izquierda, y un señor no tan joven con el mismo entusiasmo a mi derecha. Las charlas fueron para haberlas grabado. El de mi derecha apelaba al resultado del anterior partido contra ese mismo equipo. Pues si ganaron en aquella ocasión, lo mismo habría de pasar sin duda esta vez. El de mi izquierda intentaba enseñarles que la forma de ganar el partido era hacer las cosas que ellos sabían, como ellos sabían, y no de otra manera que pudiera resultar distinta o si quiera parecida a la que ellos sabían. Revelador.   Comienza el encuentro. Niños de 8 y 9 años a las 9.30 de la mañana con papás y mamás y entrenadores gritando a pie de pista. 0 – 0 al final del primer tiempo. Broncas infernales. Recuerdo palabras de los entrenadores tales como “decepción”; “vagos”; “inutilidad”; “¿salgo yo a jugar?”; y algunas cosas más que mi cerebro aún coherente a mi edad ha eliminado rápidamente.

Entonces, me vinieron a la mente algunas preguntas que otras veces ya se han pasado sobrevolando este espacio que ocupo… ¿Somos conscientes, entrenadores, padres, hermanos, aficionados… de lo que transmitimos a los niños y niñas pequeños que juegan al baloncesto? ¿Somos conscientes del porqué estamos transmitiendo eso que decimos, y de la importancia real que tiene? ¿Somos conscientes del porqué el niño está jugando ahí, a las 9.30 de la mañana, y de lo que él querría escuchar?

Cuando gritamos a un niño, ¿sabemos si él entiende el porqué? Y ese porqué, ¿tiene un valor importante para el niño, que justifique el grito, la mala cara, o incluso el mal gesto? ¡No seamos ingenuos! He visto chicos y chicas capaces de reproducir cada gesto, incluso aunque sea un gesto inconsciente, que hace su entrenador…

 En mi pensamiento aparecen estas opciones: A veces sí y el entrenador lo sabe tras planteárselo después. A veces sí y el entrenador ni se lo plantea porque es muy consciente de los valores que quiere transmitir. A veces no y el entrenador se da cuenta después tras haber reflexionado. Y muchas veces no, y el entrenador no solo no se lo plantea, sino que está muy a gusto con ese trato, o piensa que es el único posible.

 ¿Alguien alguna vez ha llegado a tu entrenamiento, ha esperado a que acabes, y te ha preguntado: tus jugadores saben lo que quieres transmitirles? Quizá es la pregunta que muchos necesitan, simplemente para empezar a reflexionar. Ahora comience a entenderse la palabra “entrenador” como padre, madre, hermano, o incluso amigo, y quizá pueda verse esta situación de “entrenamiento” fuera del deporte. Porque entrenamiento lo es todo en la vida. Nuestros padres nunca dejan de entrenarnos en la ropa que debemos ponernos, o nuestros amigos en la vertiente política que debemos considerar al hablar con ellos. Pero con los niños… que están “aprendiendo a entrenar” en todo… ¿cómo deberíamos actuar?

Por supuesto que hay casos maravillosos: he visto padres que tratan a sus hijos cada día como si fuese el primero, que les miran cada vez con brillo en los ojos. Que les preguntan y les hacen pensar, que les tratan con respeto y educación como si el dar ejemplo fuese la mejor manera de enseñar esos valores que cada uno tiene y que queremos inculcar. He visto amigos que te tratan como si fueses una parte más de ellos mismos. Y he visto entrenadores que consiguen que jugadoras les miren como si las palabras que están diciendo fuesen a cambiarles la vida al instante. Repito, casos maravillosos.

Cada día me pregunto si lo que les digo, es como ellos querrían escucharlo. Y cada día me repito que nunca he de dejar de preguntármelo. El día que deje de hacerlo, dejaré de entrenar, pues la ilusión se habrá ido.

Termino con las palabras de una preciosa canción de Serrat, en la que dice: “… Cargan con nuestros dioses, y nuestro idioma, nuestro rencores y nuestro porvenir …  Nos empeñamos en dirigir sus vidas, sin saber el oficio y sin vocación, les vamos transmitiendo nuestras frustraciones …”

De nuevo, “basketball as a way”.


miércoles, 17 de noviembre de 2010

Año 0. Día 118. Edinburgh

Desayuno escocés.

Venga va, vamos a escribir un poco en el blog, que desde que Charli se pone Cervantino, lo he dejado un poco de lado.

La primera semana que llegué a Edinburgh, comí, junto a mi amigo Alex, un desayuno 100% escocés; ¿en qué consistía?, pues en algo así ligerito, para aguantar el día de la forma más saludable y activa posible; vaya que la chica del anuncio de 'Special K' se sentiría orgullosa de mis hábitos alimenticios. A saber: 2 salchichotas de estas que parecen más chorizo que salchicha y salchichonaco de ese gordo más que chorizo; judías blancas (con lo que me molan...), bacon (obviously), un par de huevos (que era la frase que repetía yo a cada bocado) una especie extraña de morcilla y no sé qué más! (todo ello con un tecito para que pase :) ).

Ese día descubrí dos cosas: que estaba en un país de machos de pelo (aunque pelirrojo) en pecho, y que virgencita qué sería de mí con esa dieta dentro de dos meses (sigo con un cuerpo perfecto, no os preocupéis XD).

La agradable experiencia desayunil sobrevoló again en mi cabeza la semana pasada, en el entrenamiento de los Peregrines (AUH! AUH!).
Miércoles a las 19.00 y sólo somos 6...mal rollito, nos augura un entrenamiento, cuanto menos, extraño. Acostumbrado a un tipo de entrenamiento más para infantiles que para senior (que si entraditas, contraataques, manejo de balón...) mis dudas se tornaban ahora en saber qué decisión tomaría el míster con 6 hombres en cancha: ¿trabajaríamos en 5c0 la táctica colectiva? ¿sería un 3c3 para reforzar fundamentos colectivos de cara a una posible jugada? ¿o realizaría ejercicios motivantes y originales, como nos enseñó el gran Josep Bordas en entrenamientos con 6 jugadores?
Os cuento...

Primeros ejercicios de carrera continua blablabla...más o menos asimilable...a continuación: 3c3 toda cancha a 10 puntos; perdedores 2 HP. Al acabar, otro 3c3 toda cancha, eh! ahora sólo 5 puntitos venga... perdedores 2 HP (try to guess who was the loser...). Después, 'circuitito': flexiones, desplazamiento defensivo, fuerza, comba, salto.... estaciones de ¡1 minuto!. Ojo, cuando terminamos eso...otra vez, pero sólo 30 segundos... :)
Y, para finalizar, 3c3 medio campo con sus consecuentes HOSTIONES como panes...

Terminé con el entrenamiento y con parte de mi vida pensando qué bien me hubiese venido comer un 100% Scottish breakfast antes del 100% Scottish training...acojonante :D
¿El equipo?, lógicamente va último de la clasificación...jaja me meo. Pero bueno la gente es mu salaeta hombre.

Hoy tengo entrenamiento nuevamente, así que me voy a hacerme unos macarronacos con one hundred salchichas a ver qué pasa!

Saludos gentezuela!!
Javi.

PS: aquí os dejo un vídeo de Carlos y yo una de esas tardes en el Cerro después de entrenar:

martes, 16 de noviembre de 2010

Año 0. Día 91. Madrid.

Hola de nuevo a todos nuestros enormes seguidores. 
Vamos a contar una más. La situación se presenta en un partido de baloncesto, pero a quién le plazca puede servirle como extrapolación (como siempre) a lo que viene siendo la vida misma. Pues esto se titula por algo, “Basketball as a Way”.

Resulta que este año me ha tocado lidiar con la mayor panda de jugones que jamás había visto juntarse antes en un mismo equipo. Claro, aquí en mi nuevo trabajo los de azul se las vienen gastando así desde hace mucho tiempo, pero este tema mejor lo abordamos otro día para gusto de alguno de nuestros seguidores. El caso es que hay una mezcla de chicos muy buenos técnicamente, con otros que no lo son tanto. Estos que no lo son tanto están en el equipo porque se piensa que midiendo 3 metros como miden, algún día podrán ser incluso mejores que los anteriores. Ya se sabe, en el baloncesto la altura lo es todo, ¿no? (Aquí debo hacer un breve recordatorio a un gran entrenador que tuve, cuyos valores aún nadan por mi interior, y que solía decir que en el baloncesto como en la vida, hay una cosa que empieza por “T”, que es la más importante para todo, y no, no es Tamaño, sino Talento).

Esta mezcla me lleva a una reflexión sobre el “modus operandi” de cada persona dentro de un grupo. Esto es, el comportamiento que una persona ofrece a los que le rodean dependiendo de esto mismo, de quiénes y de qué cualidades tengan estos mismos que le rodean. Y por supuesto, a qué se esté dedicando el grupo al que perteneces. ¿De qué más cosas depende este comportamiento?
Entramos en el caso exacto:
Un auténtico jugón, el base del equipo, un chico que es un año menor que todos sus compañeros y dos años menor que todos sus rivales. Pero es el mejor, el que más juega, el que “se las juega”. Su personalidad dentro de este grupo: nefasta, con actitud de querer mejorar, pero nefasta. Su comunicación con los demás es altiva y egocéntrica. No voy a extenderme mucho más.

Un chico de 14 años con mucho futuro, muy muy alto, se mueve bien, mejora todos los días, Actitud e intensidad 11 sobre 10. Pero es inseguro, le cuesta asumir responsabilidades, se pone nervioso ante los fallos.
Estas dos criaturas coinciden en la pista en el 3er cuarto, partido muy apretado contra el mejor rival del grupo. Nervios a flor de piel. Ellos anotan en contraataque. Saca de fondo mi amigo el trabajador y se mueve para recibir mi amigo el jugón. Ellos presionan, hacen dudar a nuestro sacador, nos la roban, canasta fácil. El jugón se irrita y así se lo hace ver a su compañero el que ha sacado. Este último se pone aún más nervioso, y le toca volver a sacar. ¿Qué ocurre? Por supuesto, mala comunicación, nos la roban, canasta fácil. Bronca del jugón a mi amigo el trabajador. Bronca gorda, fuerte, demasiado. ¿Siguiente situación?...
Bien, de esta situación he sacado a posteriori varias ideas importantes, a mi parecer. El hecho de que existan dos personalidades tan dispares dentro del mismo equipo, y que tengan que aprender a convivir y a sacar el máximo beneficio de su interacción.

La idea de cómo no repetir jamás esa situación, a la vez de cómo intentamos arreglarlo lo más rápido posible y de qué forma.
Por último, el porqué formo parte de un equipo, el cómo cada jugador es importante y puede hacer algo positivo por su equipo.
Si un jugador puede interiorizar la lectura de algún aspecto táctico, ¿por qué no va a poder interiorizar la lectura de aspectos emocionales? Sobre todo si estos le llevan a tener éxito en sus acciones con mayor frecuencia.

Para la situación anterior, podríamos explicarle al jugador que tiene que subir algún escalón más. En el primer escalón los compañeros ante el error se echan la bronca, discuten sobre la acción pasada. En el segundo escalón quizá estos compañeros simplemente hablen sobre cómo solucionarlo en el futuro, se choquen la mano y no le den mayor importancia al error. Un gran avance. Pero, ¿quién llega a ese tercer escalón? En el que los jugadores ni si quiera se miran tras el error, sabedores de que pensar en cualquier acción errónea y pasada y es el mayor fallo que se puede cometer. Hay que pensar en cómo solucionarla, nada más. La interacción es aprendida y en este caso debería ser invisible. No hay dolor. Ni cura, por supuesto.

Es un reto y a la vez una motivación que el deporte sirva para mejorar nuestros recursos sociales, y emocionales. Y claro que a veces estos hacen más por el éxito que los recursos técnicos o tácticos, ¿no deberíamos prestarles más atención? ¿no deberíamos entrenarlos?

Todo es un medio.